jueves, 12 de diciembre de 2013

The Jammers 011: Fortress around your heart (Parte 1)




(Portada: José Antonio Marchán)





It took a day to build the city
We walked through its streets in the afternoon

Sting. The Dream of the Blue Turtles

¿Por dónde iba? Ya. Distorsión y yo habíamos realizado una incursión solitaria con el fin de empezar a comportarnos como los héroes que queríamos ser y todo salió al revés de cómo habíamos planeado. El objetivo al que queríamos capturar, Éxeter —aunque ya nunca usaba ese nombre sino el real, Warren Shockman— resultó ser un aliado. En vez de ayudarle, lo primero que hicimos fue comprometer el secreto de su organización, Los Caídos, a los ojos de un antiguo villano de la Era Dorada de los Héroes. Y cuando tratamos de detenerle, acabó muerto en el transcurso de la contienda, lo que dejó un amargo regusto a nuestra exploración heroica.

Para colmo, aquel maldito chisme que me irradió a mí y a Breakdown en su momento, bueno, un duplicado del mismo, claro, regresó, irradió también a Shockman y trató de hacer lo propio con Distorsión, pero éste lo reventó sin mayor dilación. El motivo de ese ataque en apariencia inocuo lo desconocíamos, y nuestra única pista preliminar era que parecía ser alguna clase de androide transmisor. Pista que Adrian no tardó en confirmarnos tras un análisis más meticuloso.

—En efecto, como sospechabais, no está armado —dijo desde una sala improvisada como laboratorio técnico, señalando lo poco que Distorsión había dejado de nuestro amigo volador espía—. La naturaleza de ese rayo es desconocida para mí, pero por enésima vez, insisto: mi opinión es que no tiene fines letales.

—¿Alguna marca de fabricación? —preguntó Fase.

—¿Podrían ser sondas de una especie alienígena? —aportó Overdrive.

Adrian se limitó a cuadrarse las gafas y no contestar. Había más preguntas que respuestas.

Con todo el más pensativo fue, como de costumbre, Distorsión. Aquel cachivache le había buscado deliberadamente y no hacía más que pensar en ello. ¿Qué clase de nuevo problema se estaba avecinando? ¿O las cosas no eran tan terribles como parecían y en realidad esas esferas eran, por ejemplo, cámaras futuristas haciendo de paparazzis artificiales? Dado mi escaso conocimiento de la sociedad que nos rodeaba, debido a mis orígenes lejanos y apartados de los mundos coloniales más relevantes, era poco lo que podía aportar en esa dirección.

Algo estaba claro: eran trastos persistentes. Pero al igual que el primero que nos encontramos en nuestro camino apareció, actuó y se estropeó sin dejarnos gran cosa sobre la que investigar.

De ese modo el tiempo pasó, el incidente se archivó —con una pequeña y modesta modificación en nuestra base de datos, tanto de esos ingenios desconocidos como de Shockman y el peligroso enemigo al que nos enfrentamos, Treues Cluk— y volvimos a tomar el pulso de nuestra agenda musical. Seríamos héroes, pero nosotros no éramos como Los Caídos; teníamos vida propia, asuntos de los que ocuparnos y escenarios que llenar con el máximo número posible de seguidores.

Debo admitir, con todo, que yo también me quedé pensando en torno a lo sucedido por un motivo más personal. Sentada en la cama de mi habitación, apoyada en la pared, obligaba con cierta pericia a una mosca que diera vueltas en círculos, como si estuviera pensando al estilo de los humanos cuando se ponen a andar y cavilar al mismo tiempo. Pero quien pensaba era yo, en realidad. Reflexionaba que nunca me había planteado dónde estaba el verdadero límite de mis poderes, de los que en el fondo tan poco sabía tanto yo de los míos como los otros de los suyos. Rebotaba ondas, sí, pero ¿sólo ondas en el sentido físico de la palabra, o algo más? Al fin y al cabo afectaba a las ondas de una piedra que chapoteaba en el agua, algo que a simple vista no parecía posible, aunque tampoco muy útil.

Era consciente de que creaba una suerte de ‘escudo’ invisible a mi alrededor, en el que todo lo exterior salía reflejado y todo lo interior se quedaba dentro. Así logré envolver a Breakdown, a riesgo de sufrir yo todos los daños de su ataque, o rebotaba los disparos de un láser a larga distancia. Sabía que podía modificar el tamaño del escudo, con grandes problemas a medida que exigía mayor tamaño o precisión, aunque la forma virtual e invisible que adoptaba era algo siempre suave y más o menos redondo (creo que la expresión que Adrian usó una vez fue “simplemente conexo y diferenciable”, pero no tengo ni la menor idea de qué leches quiere decir eso).

¿Y eso era todo? ¿Rebotar ondas y ya está? Sabía que la luz era una onda que podía reflejar, y por supuesto lo mismo ocurría con el sonido, pero ¿dónde estaba el límite entre lo tangible e intangible? ¿No hay en el ambiente ondas, también? Todo eran preguntas para las que Distorsión o Adrian no podían más que conjeturar, puesto que sólo la práctica acabaría dando la confirmación, por mucho que ellos pudieran realizar conjeturas teóricas.

El problema era que la práctica podía llevarme a la muerte en algunos casos, claro.

Así de cabizbaja estaba de un lado para otro, en mis ratos libres y en los ensayos, cuando Adrian, haciendo gala de su otra faceta más comercial, la de nuestro mánager, nos anunció que habíamos sido invitados a tomar parte en un evento social. Las caras de aburrimiento y tedio no se hicieron esperar. Éramos jóvenes, ¿de qué otra manera podíamos reaccionar? Las conferencias y actos públicos son para los escritores y los estirados de otras aburridas artes.

—Ya os anticipo que sería recomendable vuestra presencia —anunció Adrian con amabilidad, que por supuesto escondía un innegable “vais a ir os guste o no”.

—¿Y en qué consiste el asunto? —preguntó Fase, deslizando la baqueta por el tatuaje de su brazo.

—En el cuadrante al que nos estamos acercando se está llevando a cabo la construcción de un mundo satélite al completo y quieren que, junto con otras personalidades conocidas, vayáis a verlo. La idea es que el complejo, llamado AT27, será residencial, por lo que el trato es que podréis tocar en directo allí durante la inauguración. ¡Tendréis un mundo completo de espectadores! —dijo sin fingir su entusiasmo.

—Suena bien, sin duda —comentó Overdrive rascándose la barbilla con sus dos manos izquierdas—, sobre todo porque ya he escuchado hablar de esos mundos AT antes. Son un prodigio arquitectónico de nuestro tiempo.

—Por favor, otra lección artística de nuestro gran empollón alienígena no —dijo Fase agachando la cabeza.

—Son mundos que han revolucionado el concepto que se tenía hasta ahora de la creación meramente funcional de satélites —continuó Overdrive haciendo caso omiso del comentario—. A su autora se la ha denominado como “Arquitecta de Mundos”.

Distorsión estaba muy serio, y dado que no llevaba el holo activado, tal hecho resultaba evidente para todos los presentes.

—Esa… Arquitecta de Mundos es Andrea Turm, ¿no es así? De ahí las siglas de sus obras.

—En efecto —comentó Overdrive.

—Hay algo que conviene que os cuente ya mismo —concluyó mirando al Cosmos desde una escotilla cercana—. Esa mujer, tiempo atrás, solicitó nuestros servicios. Pero como ya no éramos mercenarios rechacé el encargo.

—¿En qué consistía el trabajito? —preguntó Delay, silencioso como de costumbre hasta ese mismo momento.

—El plazo para la construcción de uno de sus mundos se acababa y pidió que actuáramos para fingir una acción de sabotaje. De ese modo, al producirse un accidente, según las cláusulas de su contrato éste sería prorrogado y podría terminar todo en el plazo previsto.

—No lo entiendo, si su cliente quería terminar el proyecto, ¿por qué no prorrogar ese contrato sin más?

—Cláusulas de perjuicio —explicó Overdrive—. Si no cumple su parte del contrato, se ve obligada a indemnizar al cliente y trabajar gratis para él.

—Eso suena ruin y rastrero —comenté.

—Es algo a lo que vosotros podríais tener que someteros en algún momento, así que espero que aprendáis de este caso concreto y no mordáis más de lo que podéis tragar —advirtió Adrian.

—Es cierto, ahora que lo dices Michael Jackson tuvo que firmar algo similar con uno de sus últimos trabajos, si no el último —recordé.

—¿Quién es Michael Jackson? —preguntó Fase rascándose la cabeza—. Ya veo, uno de esos tíos de hace siglos que sólo tú conoces y escuchas.

Adrian retomó el hilo de la conversación.

—Muy bien, entonces asumo que no hay objeciones. Diré que aceptáis el ofrecimiento con gran amabilidad —miró en dirección a Distorsión, lo que hizo que casi me riera en voz alta— y os quiero ver allí sin ninguna clase de excusa. ¿Entendido?

Un “sí” pobre, apagado y apesadumbrado fue lo que Adrian obtuvo por respuesta, pero un sí después de todo.

Mientras nos largábamos a seguir ensayando me acerqué a Distorsión y le intercepté a medio camino.

—¿Qué clase de mujer es esa Andrea Turm? Nunca nos hablaste de ella.

—¿Celosa? —sugirió con tono burlesco, pero el semblante no tardó en ponérsele serio de nuevo—. Una autoridad en lo suyo, por lo que busqué antes de encontrarme con ella. Altiva, de trato difícil, ambiciosa… una artista prototípica, vamos.

Fruncí el ceño.

—Vale, en parte te sigo tomando el pelo. Nos saca una década o más, así que no te preocupes, no, gracias. Aunque eso no implica que no sea de buen ver —eso lo hizo porque sabía cuánto detestaba que se hablara del físico de otra mujer delante de mí—. Se mueve en círculos monetarios muy notables… me da la sensación de que un contrato nuestro es un chiste comparado con sus honorarios. Además de eso ha ganado una gran cantidad de premios arquitectónicos, incluido el Priz... el Prit…

—El Pritzker —apuntó Overdrive acoplándose a la conversación—. El más importante que puede ganar un arquitecto, por su mundo AT03, o Mundotorre, como lo llaman. También ha diseñado, entre otros, los Mundos Nube de Antares.

—Vaya, por una vez se puso original para nombrar —comenté.

—En realidad ella los llamó AT07.

—Oh.

Distorsión se quedó un momento pensando y miró a Overdrive.

—Ni lo sueñes —dijo devolviendo la mirada a Distorsión—. No voy empezar a nombrar las canciones como TJ01, TJ02 y en adelante.

—No he dicho nada.

—Está pensando en algo aún peor, seguro —añadí marchándome pasillo abajo, dejando que siguieran discutiendo de asuntos creativos. Siempre se me dio mal poner nombre a las canciones.

***

Aun con todo me quedé con ganas de saber más de esa mujer, pero como todas las cosas superfluas y no prioritarias me olvidé de ello por completo hasta el mismo día de tener que dirigirnos hacia AT27. De todos modos, un rato antes, estuve investigando desde mi terminal, ya que no me cuadraba que una mujer como ella pudiera haber sabido de gente como nosotros, y obtuve una prueba de que tenía más facetas de las que en un principio podía parecer a simple vista.

—Es experta en defensa personal —comenté en lo que íbamos al hangar para realizar el viaje, que en realidad sería breve. Distorsión, que iba a en cabeza y ya tenía el holo activado, giró el cuello ligeramente, como si me mirara de reojo—. Dice ella misma que para defenderse de posibles locos que trataran de atacarla debido a su fama.

—Ya que indagaste por libre contaré algo más, pero hubiera preferido no tener que decirlo —dijo Distorsión de repente—. En efecto fue entrenada para la autodefensa, ya que de pequeña trataron de secuestrarla para pedir a su padre, famoso arquitecto también, rescate por ella. Sabe usar armas blancas reglamentarias e improvisadas y una vez un chiflado trató de matarla mientras tomaba un refresco en una fiesta privada. Le mató en defensa propia delante de todos los presentes, a pesar de llevar un incómodo vestido de gala y apenas efectos personales.

—¿Qué es lo que hizo? —pregunté, intrigada.

—Le apuñaló con la pajita del refresco.

—¿Pero era rígida, acaso?

Llegamos al hangar, donde Adrian nos estaba esperando, escuchó nuestra conversación, y se incorporó a ella.

—Si coges una pajita y la tapas con el dedo pulgar, por el extremo superior, la columna de aire que se encuentra en su interior, por efecto de la presión atmosférica, la convertirá en una varilla tan rígida como si fuera de acero y tan fina como una cuchilla de afeitar. Puede atravesar una patata como si fuera mantequilla derretida (prueba a hacerlo cuando regreséis si no me crees), así que imaginad lo que puede hacerle a un ser humano o de composición grasa similar. Y ahora por favor meteros en el vehículo, ser amables, no os metáis en problemas y no contéis esta historia allí abajo. Tenemos que aprovechar esta ocasión, puede ser vuestro salto a primera división.

Eso era lo que Adrian siempre decía, pero claro, ¿cómo saber cuál era la llave que abría las puertas de los directos multitudinarios? De modo que había que poner buena cara a todos los eventos como si fuera el último al que asistir justo antes de retirarnos.

Overdrive se puso a los mandos de la nave, ya que Distorsión, teniendo en cuenta su mal humor en ese momento, los hubiera quemado por completo. Claro que no era un estado de ánimo que los demás no compartiéramos en nuestra mayor parte; por delante teníamos la expectativa de una velada aburrida, latosa y, encima, que no nos presentaba el menor interés. Sólo nuestro entusiasta piloto alien estaba algo más emocionado por nuestra inminente visita, los demás apoyábamos la barbilla en el puño y mirábamos con ojos entrecerrados las estrellas y planetas que íbamos dejando a nuestras espaldas.

—¿Sabéis que Andrea Turm es descendiente directa de Naia Turm? ¡Ni más ni menos que la creadora de Aresia y los primeros complejos colonizables de Marte!

—Apasionante —comentó Fase sin dejar de mirar por la ventana. De repente se recolocó en su asiento, sorprendido, y todos miramos en su dirección.

Ante nosotros se erigía un satélite metálico por completo. No sabría bien por dónde empezar a describir la extraña y fascinante sensación que me producía su mirada, pero en mi cabeza parecía como si estuviera vivo. Digo esto porque su forma no se limitaba a la redondez de un trozo de roca cualquiera, sino que estaba retorcido sobre sí mismo como si estuviera dentro y fuera de él a la vez. Tenía grandes cantidades de salientes y protuberancias que no tardé en identificar como edificios, doblados a su vez en formas delirantes que me hacían olvidar lo que era una línea recta. Una enorme cúpula que seguía el contorno del satélite a la perfección lo cubría por todas partes, con una doble capa destinada a no dejar escapar aire de la atmósfera artificial.

—Ahí lo tenéis —apuntó Overdrive, orgulloso—. AT27, la última creación de Andrea Turm.

—Ya veo que alguien decidió darle a la tecla de formas aleatorias de los programas de diseño gráfico más sofisticados de la llanura —comentó Fase, envidioso.

—En realidad Turm proyecta todas sus creaciones con técnicas… arcaicas —aclaró Overdrive—. Lápiz, planos, rotring, portaminas. Métodos del pasado para mundos del futuro.

Métodos del pasado para mundos del futuro. Aquella frase me hizo reflexionar, mucho más de hecho de lo que los demás se hubieran podido imaginar.

La nave atravesó la doble cúpula sin contratiempos y enseguida pudimos aterrizar en el hangar que un dispositivo central automatizado nos había asignado. Nada más se abrió la carlinga y pusimos pie en aquella mezcla de vidrio y metal tan viva en apariencia, me inquietó el indescriptible silencio que gobernaba a nuestro alrededor. Parecíamos los únicos seres vivos en kilómetros a la redonda, y no era una afirmación dicha ni mucho menos a la ligera. La sensación era misteriosa, evocadora y abrumadora, todo al mismo tiempo, y no dudé que la creadora de ese microcosmos estaría encantada de saber que había provocado, al menos en mí, esa mezcla de sentimientos contrapuestos.

Como si la hubiera invocado con el poder del pensamiento, un panel se abrió frente a nosotros, dividido en segmentos no rectilíneos, y una especie de ascensor emergió hasta colocarse a nuestra altura. Fue cuando reparé que estábamos en lo alto de una de esas torres retorcidas que habíamos visto desde el espacio, y por eso la vista era tan increíble de contemplar y disfrutar.

A través del cristal pulido y ondulado del ascensor atisbamos una mujer. Era tal cual la había visto en fotografías: alta, delgada, morena y con el pelo recogido en una coleta. Bien arreglada y vestida con un traje azul y blusa de mismo color pero en un tono más claro. Calzaba unos tacones de altura media y sus manos estaban entrelazadas. En su rostro, de ojos cerrados, marrones y hostiles, que me pareció tener rasgos de Francia, un antiguo país terrestre, descansaban unas gafas de cristales redondos. Su pelo cuidado al milímetro portaba en el lado derecho un pequeño pero resaltado broche de adorno con forma de cartabón, y en la oreja izquierda descansaba un lapicero corto de punta afilada y caras negras y amarillas.

Así fue la primera impresión que tuve de Andrea Turm. Luego de eso la compuerta del ascensor se abrió, avanzó un par de pasos y se plantó frente a nosotros, pero sin dejar de mirar a Distorsión.

—Bienvenidos —dijo con voz suave y cierto acento que no supe reconocer—. Gracias por aceptar la invitación. Espero que disfruten de esta visita privada a AT27.

—Gracias a usted por permitirnos… —empezó Overdrive, pero Distorsión le interrumpió.

—En la medida de lo posible desearía no tener que fingir que no nos conocemos —soltó de repente, tan diplomático como de costumbre. Turm se llevó la mano a las gafas y se las quitó de un solo gesto.

—Ya veo. Se refiere a nuestra negociación fallida. No deben preocuparse por eso, es cosa del pasado. Entiendo su postura, como ya me la hizo saber.

—Me alegra escuchar eso —dijo Distorsión, con su holo imperturbable, eternamente estático.

—Pasen al ascensor, por favor.

Así hicimos, y pronto estuvimos descendiendo niveles y niveles a medida que nos maravillábamos con la inmensa cantidad de complejas capas de edificios que aparecían a nuestra vista, superpuestas de modo que resultaba imposible discernir dónde empezaba una y dónde acababa otra.

—No sé si tienen alguna clase de formación en Bellas Artes. Por si les suena, el estilo es Fobiano orgánico, una sinergia de los primeros satélites que fueron colonizados pero con un toque de modernidad maleable que imita a la naturaleza por la manera en que los edificios y la forma general del satélite se adaptan a la estructura original de la roca que envuelve.

—¿Hay roca debajo, entonces? —preguntó Overdrive.

—Por supuesto. La idea siempre fue aprovechar la materia prima original —el ascensor se paró—. Síganme por aquí, por favor.

A nivel de calle la sensación de empequeñecimiento era aún más fuerte, debido sobre todo a que a pesar de estar rodeados por enormes bloques había vacíos que aún nos permitían contemplar un vasto horizonte y hasta apreciar la curvatura del satélite a ras de suelo. Aun con todo, había algo que seguía inquietándome.

Los edificios no tenían puertas.

—Para la vista de peatón quise imitar dos míticas ciudades de la antigüedad: por un lado Atenas con sus horizontes aparentemente inalcanzables, pero en realidad más cercanos de lo que parece a simple vista, y por otro Berlín con sus monumentos brutalistas de bloques silenciosos que se interponen en el camino del transeúnte. De hecho este mundo, más que una residencia, yo lo veo como un monumento. Un homenaje a la colonización y al progreso de la humanidad al completo.

—¿Dónde tocaremos nosotros llegado el momento? —preguntó Overdrive, asumiendo su clásico rol diplomático.

—Siguiendo la influencia clásica de las Edades Oscuras he diseñado un vasto anfiteatro con aforo para cincuenta mil espectadores. Pero antes de llevarles allí les propongo una apasionante experiencia, única e irrepetible: que recorran estas calles por ustedes mismos, explorando sin necesidad de mi asistencia. No se preocupen si se pierden, yo estaré cerca para ayudarles.

—Disculpe la pregunta, pero ¿cómo va a hacer algo así? ¿Está el satélite robotizado al completo y manejado por un ordenador central?

—Algo más sorprendente aún, señorita. Veo que no conocen mi manera de trabajar ni por qué me llaman Arquitecta de Mundos o porqué uso la denominación AT para todos ellos. Pero no se preocupen, no tardarán en averiguarlo.

—¿No esperamos al resto de los invitados? —apunté nuevamente.

—Finalmente vendrán en tandas separadas. Pensé que de ese modo la experiencia sería más… intensa para ustedes.

Se llevó los dedos a su broche en forma de cartabón y, al pulsarlo, el suelo se abrió otra vez frente a nosotros y un nuevo ascensor surgió ante nuestras narices, sin que hubiéramos siquiera sospechado que pudiera estar ahí. Turm entró y el cristal que hacía de compuerta se cerró tras ella.

—Yo tomaré un camino directo a través del núcleo. Les espero allí, y no lo olviden, disfruten de la experiencia, yo velaré por ustedes si se pierden.

Acto seguido el ascensor descendió, el suelo se volvió a recoger y nos quedamos igual de solos que cuando habíamos llegado.

—Una mujer peculiar, sin duda —comenté.

—Para un lugar peculiar —añadió Distorsión—. Vamos, pongámonos en marcha y así nos largaremos cuanto antes.

Lo primero que nos quedó claro tras dar unas cuantas vueltas infructuosas era que aquel lugar era un laberinto en miniatura. No porque fuera en global pequeño, sino porque los corredores resultaban muy anchos, como calles que se suponía que eran, pero aun así, la ausencia de puertas y, también, ventanas ni nada parecido seguía siendo un misterio para mí y así se lo hice notar a los otros.

—Con lo simbólicos que son los arquitectos, quizá es su manera de hacer notar cómo las personas se aíslan del mundo exterior cada vez que entran en sus casas —comentó Overdrive.

Eso seguía sin convencerme. Algo sabía de arquitectura y lo primero que es, más que un arte, una ingeniería. Y como tal, no podía dejar de lado la utilidad en beneficio de un mayor reconocimiento como obra de arte. Un escultor podía construir un cañón de ruedas cuadradas para expresar la inutilidad de la guerra, un arquitecto no podía permitirse lujo semejante, al emplear mucho dinero para ejecutar sus obras y tener un cliente con exigencias detrás de ese dinero.

De repente, a la altura de la calle, se empezó a abrir un ventanuco. Pequeño, de forma no cuadrada por supuesto. Al fin un signo de algo que permitía acceder al interior de los edificios.

Mi especulación no pudo ser más errónea cuando vimos que del interior del hueco, muy lentamente, emergían un par de cañones láser.

—Debe ser una broma —dijo Distorsión mirando fijamente el arma. Esperó a que recargara energía y lo hizo reventar sin mayor dilación.

—De repente, a nuestra espalda, en la parte de enfrente de la calle, apareció otro, que siguió el mismo camino. Dos más surgieron arriba, que esta vez neutralizó Overdrive apagándolos. Todos los cañones se replegaron, los ventanucos se cerraron, y se volvieron a abrir, con cañones nuevos y relucientes.

Por supuesto, no tardaron en tener el mismo final, pero al encargarme yo de uno rebotando el disparo, pude comprobar que era potencia letal.

Los ventanucos se cerraron una segunda vez y ya no volvieron a abrirse.

—¿Y esto a qué viene? —se preguntó Fase. Pero Distorsión, pensativo y mirando a lo alto de los edificios, comenzó a hablar.

—Por eso no tienen puertas ni ventanas, ni podemos acceder a su interior. Están plagados de cañones, tal vez por completo. Si dividimos la altura del edificio por el ancho de uno de esos huecos, teniendo en cuenta el tamaño de la base, asemejándolo a un prisma rectangular para calcular el volumen por rodajas… asumiendo que para la movilidad necesitan espacio y una distancia de seguridad, y que los interiores serán más largos que los más pegados a las paredes…

—¿Y bien, profesor? —dijo Delay.

—Cada uno de estos bloques puede albergar un millar o más de cañones de estos —concluyó Distorsión, preocupado.

‘Entre mil y mil cien de media, de hecho. Excelentes cálculos —dijo una voz que sonaba de todas partes y de ninguna a la vez.

—Turm —susurró Distorsión en voz baja—. No tardaríamos en averiguar por qué la llamaban Arquitecta de Mundos, ¿verdad?

‘Yo hago mucho más que construir mundos, patético artista de tres al cuarto. Yo soy los mundos. Me conecto con ellos y controlo todo sistema, todo dispositivo, todo artefacto del mismo. Por eso este mundo se llama AT27, y por eso a mí misma, cuando me conecto, me suelen llamar a menudo A.T.

—Así que debemos tomarnos esos disparos como una agresión directa, entonces.

‘Como si apretara el gatillo con mis propios dedos. Vosotros arruinasteis mi vida, gusanos. Ha sido humillante tener que hablaros en tono formal, como si fuerais mis iguales, pero por fin estáis justo donde esperaba teneros. Os conozco, Jammers. Os he estudiado bien. Podréis apagar y destruir todas las máquinas del mundo y rebotar todos los disparos, pero no eternamente. Poco a poco os cansaréis, y cuando eso ocurra, me habré vengado de vosotros.

—Por rechazar el encargo, ¿verdad? ¿Qué ocurrió?

‘¿Crees que os lo diré tan fácil? No, ni hablar. Ahora soy yo quien negociará con vosotros. Venid a mí, buscadme, y cuanto más cerca estéis, más os contaré. ¿Estáis dispuestos a enfrentaros a un planeta entero?

Distorsión miró a una serie de puntos sobre nuestras cabezas, que identificó como los emisores de la voz y los hizo estallar a todos sin el menor miramiento.

—Puedes apostar por ello —contestó furioso, con los puños cerrados y los brazos arqueados.

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